Mamá, lo único que vas a tener es un perrinieto
Hay más perros que hijos porque al niño no le puedes dejar solo mientras te vas todo el día (y al perro tampoco)
Los reyes de la casa para muchos. Los compañeros contra la soledad para otros. La excusa para hablar con los vecinos, ligar (y pasear en pandemia) para los más lejanos. En España ya hay más mascotas que personas menores de 15 años. Unos seres que no dejan de ser una gran responsabilidad: además de estar pendientes de sus cuidados, nunca podemos olvidar que son animales y que tienen necesidades específicas.
Las mascotas ya no son cosas
La forma que tenemos de entender a los animales, y específicamente a los de compañía, ha cambiado en la sociedad. Paula Rivera, socióloga, explica que la mascota ya no está relacionada con la idea del animal como un accesorio de la familia tradicional: “Se ha desechado esa concepción a raíz de la necesidad imperiosa de tener vínculos afectivos y emocionales con los seres que forman parte de nuestra vida”.
Sin duda, nos apegamos a ellos, son, para muchos, nuestro apoyo. Esto es especialmente así en el caso de hogares sin hijos: según un estudio, los propietarios de mascotas en esta situación declaran mayor apego a su mascota que aquellos con hijos. También personas con problemas de ansiedad social recurren a su mascota en busca de apoyo e incluso le atribuyen emociones más humanas que aquellas con más facilidad para relacionarse.
Zeus Domínguez, estudiante de sociología cuyas investigaciones se han centrado en la inclusión de las mascotas en las familias, plantea que el cambio en la idea propia de familia es lo que ha llevado a este cambio en el papel de los animales: “Si la familia española ha virado hacía una familia más propensa al amor y a la aceptación de diversidad de formas, la mascota parece entrar en ese conglomerado. Al fin y al cabo parece ser un elemento afectivo dentro de una institución que se consolida como afectiva”.
Una relación desigual y el maldito efecto Disney
¿Qué beneficios conlleva para una persona tener una mascota? “Las tres áreas en las que afecta más son el aspecto físico, psicológico y social”, apunta Carmen Castro, psicóloga en la Asociación Hydra. Tener que cuidar de un ser vivo, darle paseos, relacionarte con los vecinos que también pasean a los suyos y ser correspondido con el cariño de tu mascota tiene consecuencias positivas que mejoran nuestro bienestar. “Sobre todo, es beneficioso para personas solas o mayores”, señala Castro.
Pero, ¿es esta relación, que tanto nos aporta a nosotros, buena para ellos? La mayoría de los lazos con nuestras mascotas parecen basarse en nuestra percepción de ellos como casi humanos. El antropomorfismo es la tendencia a atribuir formas, comportamientos y emociones humanas a animales u objetos no humanos (también a las mascotas). Algunas de sus prácticas pueden ser beneficiosas para ellos, pero otras pueden ser muy perjudiciales. Una acción tan común (y a veces necesaria) como vestir a una mascota puede afectar a su termorregulación, o a su deshidratación, que les puede provocar incluso la muerte. ¿Ese panecillo que le pasas por debajo de la mesa porque te mira con ojillos? A la larga, la comida basura o un desequilibrio nutricional pueden causarle obesidad o desnutrición. ¿Pintarle las uñas, teñirle el pelo o aplicarle una loción cosmética? Te llevarás un montón de likes en Instagram, pero realmente no se sabe si es algo que pueda ser perjudicial (seguramente sí, así que mejor no hacerlo).
Pero la parte emocional también es importante en esta antropomorfización. Pensamos que sienten un montón de emociones complejas que, según los estudios, ni siquiera se han demostrado en chimpancés. Estas creencias, y la forma en la que nos comportamos debido a ellas, pueden contribuir al desarrollo de trastornos del comportamiento en las mascotas, como agresión, miedo o síndrome de separación por ansiedad. En serio, que no: no eres capaz de saber si tu perro la ha líado mientras no estabas solo por cómo te saluda.
La convivencia no es cosa menor. Dicho de otro modo: es cosa mayor
Los cambios en nuestra relación con las mascotas ya comienzan a apreciarse en los sondeos. La Encuesta Social Malagueña (ESMA), en su última oleada el año pasado, preguntó sobre la percepción que tenemos de los animales de compañía. Más de la mitad de los malagueños tiene mascotas en casa, el 40 % piensa que se puede llegar a querer más a un perro o a un gato que a un miembro de la familia más cercana y un 39 % cree que se debe tratar a los perros y a los gatos como personas (¡!). No hay encuestas nacionales equivalentes con las que podamos hacer comparaciones, pero es probable que estas percepciones se repliquen en otros lugares.
Rivera y Domínguez coinciden en que los cambios sociales han cambiado nuestra percepción sobre ‘ellos-nosotros’: “Las nuevas perspectivas feministas, ecologistas, decoloniales y antirracistas abordan cuestiones que anteriormente han sido invisibilizadas, como la intimidad, el apoyo mutuo y lo emocional. El poder hablar más libremente sobre nuestros deseos, nuestras inquietudes y nuestros pensamientos permite también tener valores más respetuosos con la ‘otredad’ y, por tanto, con otros seres vivos”, explica Rivera.
Pero, por muy responsables que seamos y muy concienciados que estemos sobre el bienestar de nuestra mascota, hay momentos en los que todo esto puede romperse en pedazos. ¿Qué pasa tras la ruptura de una pareja? Ese momento en el que debemos elegir separar las cosas… También la mascota. El 54 % de los malagueños piensa que debería regularse quién se queda con perros y gatos en caso de ruptura de pareja. “Hemos conocido casos de custodia compartida de perros que han ido un fin de semana con uno y otro fin de semana con otro. Y no ha pasado nada. Sin embargo, el problema es cuando tú quieres la custodia compartida para fastidiar a la pareja”, explica Castro. Aquí llegan los problemas de convivencia y de comportamiento: ansiedad por separación en perros con episodios destructivos, por ejemplo. En el caso de los gatos, es peor, ya que estos no están acostumbrados a cambiar de hogar con tanta facilidad: “Al gato lo cambias de casa y es muy probable que tenga adaptarse al nuevo entorno. Hay gatos que son más sensibles y lo notas más”, apunta Castro. En estos casos, la mascota se vuelve una especie de perrhijo (o gathijo), moneda de cambio o chantaje entre los “padres”. En algunos casos, hasta se puede hablar de violencia.
Pero hablando de perrhijos y de cómo en algunos casos parece que las mascotas “sustituyen” a los hijos, hemos hablado poco de las causas por las que parece más fácil tener un perro o un gato que un hijo (personalmente, Bea está convencida de que un perro da menos trabajo y es una de sus razones) y por qué hay más perros que niños. Pero eso para otro día.
Creo que ya tenemos suficiente confianza para que te pases por Discord a enseñarnos fotos de tu mascota ;)
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