Todos hemos escuchado a alguien que justifica su éxito recordando lo hasta arriba de mierda que ha estado con la convicción de que así las cosas le irían mejor en el futuro. Pero tener que escuchar a alguien apuntalando este éxito sobre el fracaso de otras personas que no han llegado “porque no se lo han currado”, sin conocer su contexto, es doloroso para mucha gente.
La meritocracia dice que, si curras en condiciones de semiesclavitud, tienes carrera, FP, máster y/o especialista, hablas varios idiomas, te esfuerzas por ahorrar y otra serie de requisitos, vas a progresar y llegar al “éxito” (sea lo que sea eso); y que quienes no llegan es porque no cumplen esa hoja de ruta. Pero muchas personas la cumplen, a veces ampliada, se quedan por el camino: siguen cobrando una miseria, no tienen para pagarse un piso, sus actividades de ocio se limitan a formatos low cost que, normalmente, explotan a más gente en una situación parecida a la suya… Y terminan por pensar que, hagan lo que hagan, las cosas no mejorarán en el futuro. ¿De verdad trabajar duro siempre da sus frutos? ¿Se ha roto la meritocracia?
Lo que no existe no se puede romper
Empecemos por lo básico: ¿qué es el éxito? ¿Sacarse una carrera, comprar una casa, construir una familia, regar tus geranios, promocionar en la empresa, irte quince días al año a otro país? En nuestro caso, montar una librería con jardín. Que coincidamos es totalmente anecdótico, porque el éxito es una imagen muy diferente para cada cuál (cuéntanos tu imagen del éxito en Discord :D).
Pero el “éxito” es el objetivo que nos vende la meritocracia. Quienes llegan a su imagen del éxito y justifican la meritocracia asumen que han llegado por sus propios méritos, pero las oportunidades no son las mismas para todos. De hecho, quienes más creen en la meritocracia son quienes más “éxito” han tenido en la vida, o eso muestran los datos.
Durante 11 años, el CIS, en su encuesta de Opinión Pública y Política Fiscal, ha preguntado a la sociedad qué cree que influye más en la posición económica que alcanza una persona: en un lado (con valor 0 sobre 10), el esfuerzo, la educación y la valía profesional; en otro el origen familiar, los contactos y la suerte (con valor 10 sobre 10):
En todos estos años la opinión de la sociedad se ha mantenido más o menos estable alrededor del 5; es decir, la sociedad española considera que la posición económica (una de las primeras cosas que nos vienen a la cabeza si pensamos en “éxito”) depende del capital sociocultural y del azar, y del esfuerzo, a partes iguales.
Pero no toda la sociedad cree por igual en la meritocracia. ¿Quién cree más en ella? Tras analizar los datos (los detalles de la metodología te los damos en Discord o por correo), hemos visto que a mayor edad, mayor felicidad personal, mayor confianza en los demás, mejor percepción de la situación económica personal o más de derechas, se cree que el esfuerzo, la valía profesional o la educación influyen más en la posición económica que la suerte y las cartas que te repartió la vida al nacer.
La meritocracia son los padres
En qué familia y dónde nacemos condiciona nuestra vida mucho más que nuestro esfuerzo. El politólogo Alan Barroso enumeró en el programa de PlayZ dedicado a la meritocracia algunas de las preguntas cuyas respuestas más influyen: ¿en qué barrio naciste? ¿De qué se habla cuando estás en la mesa con tus padres? ¿Hay libros en tu casa? ¿Tienes una habitación para estudiar con tranquilidad? ¿Puedes permitirte ir a la universidad sin compaginarlo con un trabajo y dedicarle todo tu tiempo al estudio? ¿Tus colegas de toda la vida a qué se dedican?
Además de todo lo anterior, que determina gran parte del capital económico y sociocultural del que se parte (se podría decir que es nuestro inventario de partida), la meritocracia no tiene en cuenta las veces que este punto de inicio te permite fracasar. ¿Te parece que es igual de fácil jugar al Super Mario empezando con tres vidas que con ninguna? Una persona con un inventario de partida más limitado, si toma una decisión que conduce a un fracaso, terminará siendo más penalizada en su búsqueda del éxito –quedando más lejos de ese objetivo o sin capacidad de reconducirse– que otra con mayor disponibilidad de recursos. Y un recurso puede ser desde dinero hasta contactos. Se ve claro que no es lo mismo perder 20.000 euros en caso de emprender si tienes 100.000 más que si no tienes nada más en el banco; pero quizá no se ve tan claro que dejar un trabajo y quedar a malas con el jefe puede hacer que no consigas más trabajos si no tienes contactos suficientes en el sector en el que te mueves.
Equilibrar la balanza no es fácil: el capital económico que podemos (o no) recibir de nuestros padres –que con tanto cariño intentan amasar buscando dejarnos algo para que tengamos una vida tranquila– no es la única herencia que nos transmiten. Pero qué curioso que la segunda persona más rica de España es hija de la primera y 74 de las 100 personas más ricas del país lo son por haber heredado, según la lista Forbes (mentalidad de tiburón). Sin olvidar el mito del garaje sobre el que se asientan tantos discursos meritocráticos.
¿El ascensor social?
En teoría, la educación es el principal motor que tiene la sociedad para que las personas asciendan socialmente. Una herramienta que trata a todo el mundo por igual, el escenario perfecto en el que tu esfuerzo y solo tu esfuerzo te hará aprobar los exámenes y seguir aprendiendo. En teoría. Y en teoría funciona hasta el comunismo.
La realidad es que hay bastantes indicadores que señalan lo opuesto: las familias vulnerables tienen menos acceso a la educación infantil, la mitad de los alumnos de origen desfavorecido repiten curso y hay mayor abandono prematuro de los jóvenes de clase baja. La situación desigual permanece conforme ascendemos socialmente: el 56 % de los hijos de profesionales de clase media que tienen malas notas en el colegio acaban llegando a la universidad. Frente a esto, solo el 20 % de los hijos de clases trabajadoras en la misma situación alcanzan la educación superior.
El sistema educativo, lejos de reducir las brechas entre quienes están mejor y peor, reproduce la desigualdad de la sociedad. ¿Por qué? La etapa educativa no es suficiente para reconducir todas las desigualdades en cuanto a capital sociocultural, y no digamos económico. Las expectativas y sesgos del personal docente también condicionarán los resultados de los alumnos, que influirán más tarde las alternativas que tendrán en su vida y sus opciones de conseguir sus objetivos.
¿Están ciegos los meritocráticos?
Aquí no hemos hablado de otras características por las que la sociedad ya no solo pone piedras en el camino, sino que directamente construye muros: origen, color de piel, diversas (dis)capacidades, género, orientación sexual … Son, en no pocas ocasiones, poderosos impedimentos para progresar en la vida.
Si te va bien, nos alegramos mucho por ti. Seguro que te lo has currado, pero recuerda que muchas personas a las que les va mal, también. Si te va mal, no te tortures: es bueno observar tu punto de partida para comprender que tus problemas no son solo tuyos, sino que son…
Quizá no estés de acuerdo con nuestra visión sobre la meritocracia: estamos encantadísimos de oír tus argumentos. Escríbenos a nuestro mail y en el siguiente número publicaremos tus impresiones.
También queremos hablar de oposiciones, ¿estás en ello? ¿Te lo has planteado alguna vez? Incluso… ¿ya lo has intentado? (o conseguido). ¡Queremos hablar contigo! Escríbenos a nuestro mail.