Bienvenido a tu espacio libre de Elon Musk y la polémica del día relacionada con Twitter.
Que no, que es broma. Este tema de actualidad nos viene al pelo para hablar de la pereza que nos da cambiar cualquier cosa o hábito de nuestra vida. El pasado viernes amanecimos con la amenaza de que en las próximas horas TWITTER IBA A IMPLOSIONAR. Al final no ha sido para tanto (de momento), pero el mundo –que es Twitter– se dividió en dos tipos de personas: las que migraron por si las moscas a Mastodon y las que dijeron: “Estoy mayor para esa mierda” (“mierda” also known as “aguantar la fragilidad masculina de un ricachón”).
¿Por qué nos cuesta cada vez más engancharnos a las cosas nuevas? ¿En qué momento de nuestra vida empezamos a ver las novedades como una amenaza en lugar de con ojos curiosos? ¿Tan cansados estamos de vivir, si apenas ha transcurrido un cuarto/tercio de nuestra vida?
Se me hace bola
El mayor dolor de cabeza con los niños es que prueben alimentos nuevos: a partir de cierto momento, la neofobia se puede convertir en un problema. Bea no probó la lechuga hasta los doce; le dijo a su madre: “Pero si no sabe a nada, está buena”, y su madre lloró en madresh, porque es lo que llevaba diciéndole desde que tenía tres años. Esto demuestra que lo de no querer probar cosas nuevas no es cosa solo de la edad adulta. Solo que con los años, los objetos de nuestra neofobia cambian. Julio, por ejemplo, no aprendió de pequeño a montar en bici y, conforme se iba haciendo mayor, más bola se le hacía ponerse. Ahora, Bea trata de animarse a hinchar las ruedas de su bici para ver cómo Julio se mata aprendiendo en el parque a montar… y cómo se enfrenta a sus miedos, ya de paso.
El caso es que el mayor dolor de cabeza con los adultos suele ser el rechazo a acercarse a productos culturales para jóvenes, probar nuevas tecnologías y, en general, reticencias un poco menos problemáticas en lo alimentario –que a veces también; quién no conoce a alguien que cuando viaja solo va a restaurantes españoles–, pero exasperantes en lo social. Esto, que también tiene nombre, misoneísmo, se puede quedar en el estoy mayor para esa mierda, o puede mutar en es que los jóvenes de ahora no tienen ni puta idea de lo que es bueno.
Por lo visto, para algunos aspectos culturales, como en la música, se ha buscado explicación: parece que a partir de los cuarenta todo te va a sonar igual. Mientras Bea se recupera de la impresión, te advertimos de que, si tienes menos, no tienes excusa para criticar la música que triunfa entre gente más joven que tú (aka la lista de Spotify de más escuchados) como es que suena todo igual. Por cierto, que la conclusión del estudio en realidad es que el gusto por la música se entrena. No le eches pereza, porque el efecto exposición también es una realidad: cuanto más nos exponemos a una situación, más familiar nos resulta y más probabilidades hay de que nos guste.
No me da la vida para tanta novedad
Estamos cansados y quemados; así comenzamos nosotros FAQAdulting y así está mucha de nuestra gente alrededor. Estar todo el rato haciendo cosas y traducir nuestro ocio a momentos productivos no deja mucho espacio a la curiosidad. Mejor ir a lo seguro, a lo conocido, que perder el tiempo en probar algo que, bah, ni siquiera nos va a gustar; invertir en dopamina, serotonina y oxitocina seguras que gestionar una decepción (gestionar, maravillosa palabra futurofóbica).
Cuando te come la ansiedad, lo último que tu cuerpo –o tu cerebro– te pide son más vivencias nuevas. Lo nuevo nos hace perder el control, nos produce incertidumbre por la posibilidad de una mala experiencia, puede romper las expectativas de las personas que nos rodean, puede cambiar nuestra vida. Y sí, el miedo es una ventaja evolutiva, e incluso te puede salvar de volver a vivir una experiencia traumática, pero te prometemos que esa nueva tecnología que te niegas a probar o ese grupo de K-pop que tanto rechazas escuchar no te van a morder.
Cómo vamos perdiendo la curiosidad
En una vida casa-curro-casa no hay mucho espacio para la curiosidad, sobre todo cuando tu mente gasta sus energías en cómo-pago-el-alquiler, qué-estrés-el-trabajo, cómo-sobrevivo-con-arroz, tengo-que-hacer-esta-gestión-que-se-pasa-el-plazo y otros pensamientos similares relacionados con la supervivencia. Tampoco ayuda a potenciar nuestra curiosidad que nuestro estilo de vida sea cada vez más rutinario, que nos asiente mucho más en nuestros hábitos y nos permita romper menos con lo que nuestra mente espera que pase a continuación. El cerebro se vuelve más vago y menos proclive a los cambios cuando hace una y otra vez lo mismo, o cuando todas las experiencias inesperadas que recibe son negativas (quien vive en la precariedad y la ansiedad bien lo sabe).
De hecho, el apalancamiento en la rutina tiene mucho menos que ver directamente con la edad y más con otros condicionantes más relacionados con la clase, como tu trabajo, tus condiciones materiales o si vives solo o con más gente. Así que no, no estás mayor para esta mierda…
Probar cosas nuevas como forma de imaginar otras formas de vivir
A veces, en esta rutina que nos ahoga, nos estamos perdiendo descubrir lo que podría mejorar nuestra vida. Y como embeces la bida no es como keremos y shit happens, los imprevistos nos llevan a probar cosas nuevas: una huelga en 2014 en el metro de Londres obligó a la gente a cambiar su ruta habitual… y ahorrar tiempo. Qué cosas.
Pero no solo nos estamos perdiendo –posibles– mejores formas de vivir: también estamos privando a nuestro cerebro del placer de la imprevisibilidad (queremos aquí hacer una encendida defensa de la improvisación y elevar una queja por lo imposible que se está volviendo esto en Madrid) y de la posibilidad de entrenar su plasticidad.
Probar cosas nuevas nos ayuda a cambiar nuestra perspectiva, que es una de las formas de despertar nuestra creatividad. Y si algo necesitamos para romper el sistema precario en el que vivimos es creatividad, para poder imaginar mundos totalmente diferentes.
Hace poco, ambos leímos Futurofobia, de Héctor G. Barnés, y aunque el propio Héctor asegura que hay muchas cosas que escribió con las que ya no está de acuerdo –tenemos derecho a contradecirnos con nuestro yo pasado–, hay algo que nos resonó: estamos en un momento en el que no paramos de mirar hacia atrás y de aferrarnos a lo conocido (sea el cine o la música, pero también a algo tan reciente como Twitter, o al propio sistema en general) porque no somos capaces de imaginar el futuro, o nos da miedo hacerlo y solo lo imaginamos como distopía. Y necesitamos imaginar un futuro mejor porque hay muchas cosas que podemos mejorar. No estamos tan mayores para esta mieda.
¿Te vienes a ver cómo imaginar juntos un futuro mejor en nuestro Discord?
El curetaje de FAQAdulting
Probar cosas nuevas no implica que olvidemos lo importante que es descansar. En este artículo se cuenta cómo hemos acabado en muchas ocasiones despreciando la importancia del reposo (spoiler: otra vez el capitalismo).
Nosotros –Julio aún más a regañadientes que Bea, que ya era reacia– nos hemos abierto perfiles en la parte del fediverso que es Mastodon. Al final no estábamos tan mayores para esta mierda, aunque seguimos aprendiendo cómo va esto. Si tú también, este artículo de El Salto en el que participa nuestra querida Aurora Gómez puede que te inspire.
¿Eres de quienes te ahogas con tanto comando en Word? Aquí tienes una tabla apañaíca con los más frecuentes, por si hay alguno que se te haya pasado.
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